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En los primeros capítulos de la Biblia, encontramos una historia que resuena en el corazón de la humanidad desde tiempos inmemoriales: la historia de Caín y Abel (Génesis 4:1-16 RVR1960). Este relato no es solo una fábula antigua, sino una enseñanza profunda sobre la naturaleza humana y la importancia de los sacrificios adecuados. Caín, hijo de Adán y Eva, ofreció un sacrificio que no fue del agrado de Dios. Su hermano Abel, en cambio, presentó lo mejor de su rebaño, y su ofrenda fue aceptada. ¿El resultado? Caín, en su envidia, asesinó a su hermano.

Esta historia, tan antigua como la humanidad misma, es un reflejo del espíritu que todavía habita en nosotros. Nos recuerda que los sacrificios que hacemos en la vida, sean grandes o pequeños, tienen consecuencias. Pensemos en el estudiante que no estudia lo suficiente para un examen o en el profesional que no se prepara para una entrevista de trabajo. Sus “sacrificios” inadecuados llevan a la frustración, al fracaso, y a menudo, a una amarga envidia hacia aquellos que han trabajado arduamente y han sido recompensados por sus esfuerzos.

El pecado de Caín no solo fue el acto de matar a su hermano, sino el rechazo de un ideal al que no pudo aspirar. En su enojo y resentimiento, en lugar de mejorar y alcanzar el estándar que Abel representaba, Caín optó por destruirlo. Este impulso destructivo, tan vigente en nuestra sociedad contemporánea, se manifiesta cada vez que alguien se enfrenta a un ideal que no está dispuesto a alcanzar. 

La verdad, cuando se presenta ante nosotros, nos libera  (Juan 8:32 RVR1960), pero también nos juzga. Nos enfrenta a nuestras propias deficiencias y nos obliga a elegir: ¿nos elevamos hacia ese ideal o intentamos derribarlo?

Aquí es donde el postmodernismo se erige como una fuerza oscura en nuestra cultura actual. Esta corriente de pensamiento, que rechaza las verdades objetivas y los valores absolutos, destruye los ideales que durante siglos han guiado a la humanidad. Al afirmar que no existe una verdad universal, el postmodernismo niega la existencia de cualquier estándar o propósito más allá de la satisfacción inmediata. En lugar de confrontarnos con la verdad, nos ofrece un vacío en el que todo es relativo y nada tiene un significado inherente.

Esto es extremadamente peligroso. Sin una base sólida, sin una verdad objetiva que nos guíe, el ser humano pierde su propósito. Y cuando no hay un propósito claro, el cinismo y la desesperanza comienzan a apoderarse de nuestras almas. El postmodernismo, al desmantelar las instituciones sociales y los ideales más fundamentales, como el matrimonio, la familia e incluso la propia concepción del ser humano como un ente biológico, deja a la sociedad a la deriva. Sin un ancla, nos encontramos flotando en un mar de incertidumbre y nihilismo.

El resultado de esta pérdida de propósito es una cultura hedonista que busca la gratificación inmediata a expensas de todo lo demás. Cuando la existencia deja de estar vinculada a un ideal superior, la vida se reduce a una simple búsqueda de placeres efímeros. Y esta mentalidad no solo es autodestructiva, sino que es, en su esencia, profundamente sociópata. Al buscar el placer como el único fin, la empatía, el sacrificio por los demás y los valores que sustentan una sociedad saludable son dejados de lado.

Las consecuencias de esta mentalidad ya son visibles en múltiples áreas de nuestra sociedad. Un estudio realizado por la National Opinion Research Center de la Universidad de Chicago reveló que el porcentaje de personas que se identifican como “muy felices” ha caído drásticamente en las últimas dos décadas, alcanzando su punto más bajo en 2020.

Las tasas de divorcio están en aumento, reflejando la erosión de los valores familiares que alguna vez fueron el pilar de nuestras comunidades. Según el American Psychological Association, aproximadamente el 40-50% de los matrimonios en Estados Unidos terminan en divorcio. Más alarmante aún es el incremento de trastornos mentales entre los jóvenes. Un informe del National Institute of Mental Health destaca que el 31.9% de los adolescentes en Estados Unidos sufren de algún tipo de trastorno de ansiedad, lo que representa un aumento significativo en comparación con décadas anteriores. 

Esto no es coincidencia. Es el resultado directo de una cultura que ha perdido de vista sus ideales y ha abrazado la autocomplacencia y el relativismo moral.

Pero quizás el mayor peligro del postmodernismo es su legado ideológico. De este vacío de significado ha surgido el progresismo, una ideología que, bajo el disfraz de la “tolerancia” y el “progreso”, ha impulsado políticas públicas que socavan los valores fundamentales de nuestra civilización. El aborto, la eutanasia asistida, las cirugías de transición de género, entre otras prácticas, son el resultado de una visión del mundo que ha perdido el respeto por la vida humana y su dignidad inherente. Al igual que en los regímenes totalitarios del pasado, donde el individuo fue reducido a una simple herramienta para el Estado, el postmodernismo despoja a la vida de su valor intrínseco.

Es nuestra responsabilidad, como defensores de la verdad y los valores eternos, combatir esta ideología autodestructiva antes de que cause daños irreparables. Debemos recordar y revalorizar los ideales que han sostenido a la humanidad durante milenios. 

A diferencia de Caín, debemos resistir la tentación de destruir aquello que no entendemos o que nos desafía, y en su lugar, debemos aspirar a ser más, a ser mejores, y a vivir de acuerdo con los principios que Dios ha establecido para nosotros. (Proverbios 4:23-25 RVR1960)

Estamos llamados a elevarnos y abrazar la verdad que nos hace libres. Solo así podremos construir una sociedad que honre la dignidad de la vida humana y ofrezca un propósito real a cada individuo que la compone.

  • Josue Candelaria

    Es comunicólogo de profesión, especializado actualmente en marketing digital. Durante casi una década, ha colaborado con agencias publicitarias, de noticias y en el sector político y gubernamental.

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2 Comments

  • SAmuel Naoki dice:

    En tiempos como estos es reconfortante ler verdades. Como bien dice el autor “la verdad libera, pero también nos juzga”. ¿dónde estoy? ¿He abandonado mis convicciones?”.

    Gracias por este articulo.

  • Veronica dice:

    Woooo que gran artículo, no cabe duda que nos hace ver lo mal que está, está generación, donde los valores y el respeto por uno y los demás se está perdiendo. Que triste, pero habemos muchos que podemos pedir al todo poderoso que cambie a está generación, para que no se sigan perdiendo, con mucha fe y creyendo Dios puede lograr cambiar corazones y pensamientos de está generación

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