A lo largo de nuestras vidas, todos hemos herido a alguien, ya sea intencionadamente o no. Es parte de nuestra humanidad, porque inevitablemente cometemos errores. Sin embargo, lo crucial es reconocer esos momentos, ser conscientes del daño causado y tener la humildad suficiente para dejar a un lado nuestro orgullo y pedir perdón. Pero, ¿realmente somos capaces de dar ese gran paso? Porque la vida también nos traerá heridas profundas, de personas cercanas o de situaciones inesperadas, y la pregunta que surge es: ¿estamos dispuestos a perdonar?
Es muy interesante como en la Biblia, el concepto de “perdón” tiene raíces profundas tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. En hebreo, una de las palabras más usadas para perdón es “salach” (סָלַח), que se refiere a un perdón divino, algo que Dios otorga. Este término aparece frecuentemente en el contexto de la relación entre Dios y el pueblo de Israel. Otra palabra importante en el Antiguo Testamento es “nasa” (נָשָׂא), que significa “llevar” o “quitar”, refiriéndose a la idea de que Dios quita o carga con nuestros pecados.
En el Nuevo Testamento, escrito en griego, el término más común es “aphesis” (ἄφεσις), que significa literalmente “liberación” o “remisión”. Este término implica el acto de liberar a alguien de una deuda o pecado. También se usa el verbo “aphiemi” (ἀφίημι), que significa “dejar ir” o “abandonar”, lo que refleja la acción de soltar o dejar de lado una ofensa.
Por consiguiente, el perdón va más allá de un simple acto de olvidar, implica un proceso profundo de liberación, tanto para quien otorga el perdón como para quien lo recibe. Es un mandato de Dios para sus hijos y está fundamentado en su gracia y en el perdón que Él mismo ofrece a través de Cristo.
Pero ¿Por qué es tan crucial para nuestras vidas? ¿Qué efectos tiene en nuestro ser físico, emocional y espiritual cuando decidimos perdonar? y ¿Qué sucede cuando retenemos el perdón? Hoy quiero compartirte 5 aspectos prácticos e importantes sobre lo que Dios dice acerca de esto. ¡Toma nota!
1. El perdón es un mandato divino.
Jesús, cuando enseñaba a sus discípulos a orar, incluyó estas palabras:“Perdónanos nuestras ofensas, como también nosotros hemos perdonamos a nuestros ofensores” Mateo 6:12 (NVI)).
Dios no sugiere que perdonemos; Él lo demanda. Jesús dijo en Marcos 11:25: “Y cuando estéis orando, perdonad, si tenéis algo contra alguno, para que también vuestro Padre que está en los cielos os perdone a vosotros vuestras ofensas”. Perdonar es un reflejo de la gracia que hemos recibido. No se trata de minimizar el dolor causado, sino de liberarnos del peso de la amargura y el rencor.
Billy Graham dijo: “Dios te manda que perdones. No es una sugerencia, es un mandato. Si no perdonas, destruyes el puente por el que debes pasar tú mismo.”
2. El perdón trae sanidad emocional y física.
“El corazón alegre constituye buen remedio; más el espíritu triste seca los huesos.” Proverbios 17:22 (RVR 1960)
Aunque este versículo no menciona directamente el perdón, refleja cómo la sanidad emocional y física está ligada a un corazón libre de amargura y resentimiento, que puede ser fruto del perdón. T.D. Jakes, pastor y escritor de bestsellers expresó: “El perdón no cambia lo que sucedió, pero sí cambia cómo nos afecta”.
Retener el perdón nos encadena al dolor del pasado. No se trata solo de una cuestión espiritual ya que numerosos estudios han revelado el impacto negativo que la falta de perdón tiene en la salud física y emocional. Por ejemplo, investigaciones de la Universidad de Tennessee han demostrado que las personas que retienen el rencor tienen un 30% más de probabilidades de sufrir enfermedades cardíacas. Otros estudios muestran que la falta de perdón está relacionada con niveles más altos de estrés, depresión y ansiedad.
Además, el no perdonar puede afectar gravemente nuestra vida espiritual. Las Escrituras en Hebreos 12:15 (RVR1960), nos recuerdan que cuando guardamos rencor, permitimos que la raíz de amargura crezca en nuestros corazones, alejándonos del propósito de Dios para nuestras vidas.
Por otro lado, estudios también demuestran que las personas que perdonan tienen niveles más bajos de estrés, ansiedad y depresión. Al liberar el rencor, estamos dando espacio a la paz de Dios para llenar nuestro corazón y sanarnos de toda herida o dolor.
3. El perdón nos libera espiritualmente.
La falta de perdón puede convertirse en una barrera entre Dios y nosotros. Jesús fue claro cuando dijo: “Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; mas si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas.” Mateo 6:14-15 (RVR1960).
No es que Dios nos castigue por no perdonar, sino que retenemos su gracia cuando elegimos el resentimiento. Perdonar nos abre a una relación más profunda con Dios y con las personas a nuestro alrededor.
Estoy de acuerdo con las palabras de Corrie ten Boom, escritora y activista cristiana, quien dijo: “Si no perdonamos, el único prisionero somos nosotros”.
4. El perdón edifica relaciones saludables.
El rencor y la amargura son destructores silenciosos de las relaciones. Ya sea en la familia, entre amigos o en el matrimonio, el perdón es esencial para mantener vínculos sanos y duraderos. Efesios 4:32 nos dice: “Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo”. Cuando perdonamos, estamos eligiendo la unidad y el amor por encima del orgullo.
John Piper, predicador evangélico bautista y escritor estadounidense dijo: “El perdón edifica las relaciones porque nos lleva a imitar a Cristo, que dio su vida para reconciliarnos con Dios y con los demás”.
5. El perdón trae paz y descanso.
Lo que aprendisteis y recibisteis y oísteis y visteis en mí, esto haced; y el Dios de paz estará con vosotros. Filipenses 4:9 (RVR1960)
El rencor y el odio son cargas invisibles muy pesadas de llevar. Cuando perdonamos, experimentamos la paz de Dios que sobrepasa todo entendimiento (Filipenses 4:7 RVR1960). Perdonar nos permite soltar esas cargas y caminar en la libertad que Cristo nos ha dado. No significa que olvidemos o que ignoremos el dolor, sino que lo entregamos a Dios, confiando en que Él hará justicia.
Además Isaías 26:3 (RVR1960) nos enseña que Dios nos guardará en completa paz si decidimos perseverar y confiar en Él. Termino con una frase de Charles Spurgeon, escritor y pastor bautista: “Perdonar es poner tu alma en paz con Dios. No puedes estar en paz con Dios si estás en guerra con los demás.”
Creo que como cristianos a menudo hablamos del perdón y predicamos su importancia, pero cuando llega el momento de aplicarlo en nuestra vida diaria, nos cuesta soltar la ofensa y realmente perdonar a quienes nos han herido. Es fácil hablar del perdón cuando no nos toca directamente, pero es en las pruebas donde nuestra fe se pone a prueba.
Jesús nos enseña claramente sobre el perdón, no solo con palabras, sino con su propio ejemplo en la cruz, cuando oró: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lucas 23:34). Su enseñanza va más allá de un mero concepto, nos muestra que el perdón no es una opción, sino un mandato que refleja el amor incondicional de Dios. Sin embargo, muchas veces permitimos que el orgullo y el resentimiento dominen nuestras acciones, olvidando que el mismo Cristo nos perdonó primero y nos llama a hacer lo mismo con los demás, pues a través de él tenemos el ministerio más importante: ¡La reconciliación!
“Y todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación”. 2 de Corintios 5:18 (RVR1960)